Argentina: ¿cómo se vive en el país con la cuarta mayor inflación del mundo?
Con el 53.8%, la Argentina se subió al podio de los países que tuvieron un aumento generalizado y sostenido del nivel de precios existentes en el mercado. A nivel regional, el país del Río de La Plata se encuentra detrás de Venezuela.
El otro día con un compañero de trabajo, él de Ecuador, hacíamos los cálculos de en cuánto se había reducido nuestro sueldo desde que ingresamos en octubre de 2016 al Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte de la Ciudad de Buenos Aires. Por aquel entonces, nuestra retribución económica equivalía a 1100 dólares, hoy a pesar de los aumentos a duras penas llega a los 500 dólares.
El viernes escuchaba a la exministra de Seguridad del expresidente Mauricio Macri hacer un mea culpa por el tema económico cuando ellos estaban en el poder y dijo: “Debimos de aplicar una política de shock desde el comienzo”. Sí, la misma medicina que usó el expresidente Alberto Fujimori para sanear la enferma economía peruana heredada del primer gobierno del fallecido Alan García Pérez. Hago la salvedad que no soy fujimorista; y añado que el encarcelado exmandatario no hizo nada extraordinario, solo cumplió el trabajo para el que había sido elegido.
A los pocos días de asumir la presidencia de la Argentina, Alberto Fernández creó un “impuesto solidario”, este consiste en gravar con un 30% las operaciones que se realizan con tarjeta de crédito y débito en el exterior, esto también incluye la compra de moneda extranjera para ahorro. El dólar que costaba 63 pesos pegó un salto a 82. Los economistas coincidieron que esta medida no es más que una devaluación encubierta. Casualmente, cuando asumió el nuevo gobierno yo me encontraba en Lima de vacaciones y aproveché en hacer algunas compras de cosas que acá son mucho más caras. Amparándome en el principio de irretroactividad de las leyes, me arriesgué y seguí usando la tarjeta de crédito, para mi buena suerte la norma entró en vigencia cuando yo ya había vuelto a Buenos Aires. En resumen, una vez más el perjudicado es el trabajador, que vio mermada su capacidad adquisitiva ya que al subir el dólar, los precios de todas las cosas aumentaron.
Y como las desagracias no vienen solas, por el cambio de gobierno, mi esposa que se encontraba trabajando en el Ministerio de Desarrollo Social, con competencia a nivel nacional, fue despedida porque ella pertenecía al grupo de trabajadores que había ingresado durante la gestión del expresidente Mauricio Macri. No, no era una funcionaria con cargo político y con sueldo astronómico, era una trabajadora más. Como deben de suponer, en el complejo escenario económico actual las ofertas laborales en el sector público y privado son muy escasas.
Acá en Argentina la mayoría de trabajadores suele tomarse vacaciones en la época de verano. Algunos de los que habían comprado pasajes para el exterior se comunicaron con las aerolíneas para cambiar sus destinos por uno nacional y así evitar pagar ese “recargo solidario” del 30%, el mismo que corre para alojamiento y alimentación fuera de suelo albiceleste. Durante enero, febrero y marzo, Buenos Aires suele convertirse en una ciudad muy calurosa y desierta, pero este año el panorama es distinto, el calor inclemente está presente, pero la cantidad de gente es casi la misma que el resto del año. En mi caso, las vacaciones familiares se cancelaron hasta nuevo aviso, con un solo sueldo, el mío, es muy difícil afrontar los gastos de un viaje a la Costa Atlántica, lugar al que solíamos ir con mi esposa y dos hijos una semana al año.
Los gastos del colegio están a la vuelta de la esquina, según proyecciones, la canasta escolar este año vendrá con un incremento del 52%. La renovación de mi contrato anual como trabajador del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires llegó a mi casilla de mail sin ningún aumento. “En marzo son las paritarias y ahí se discutirá el aumento salarial”, nos dijo nuestro jefe durante una reunión en la cual nos anunció que el Ministerio fue degradado a la categoría de Secretaría. Las paritarias son las negociaciones que se dan entre los representantes de los trabajadores y el empleador.
La presión fiscal en Argentina es brutal. Hace unos meses, una nota de la BBC ubicaba al país del tango y el asado en tercer lugar de los países de América Latina donde se pagan más impuestos. El 31.3% del PBI argentino corresponde a tributos, en el Perú tal solo el 16.1%. Si uno viera que esto se refleja en mejoras de las condiciones de los servicios públicos no existirían mayores reclamos, pero esto no ocurre en la realidad, gran parte de ese dinero está destinado a mantener la enorme estructura estatal.
Estados alterados
No sé si será la crisis, pero este verano está particularmente violento. Hace unas tres semanas un chico de 18 años murió en una pelea callejera, los victimarios fueron unos 10 jóvenes que sus edades no superan los 20 años. Todos los implicados se encontraban de vacaciones en Villa Gesell, un balneario de la Costa Atlántica que se caracteriza por tener un público joven.
Mar del Plata, ciudad que es sinónimo de verano y donde confluyen los argentinos de todas las provincias en la época veraniega, también fue escenario de situaciones violentas. La crisis económica hizo que los chicos que van a la Feliz, así se le conoce a aquella ciudad, optaran por no ir a los boliches (discotecas) y comenzaron a armar la juerga en la playa. Provistos de esos parlantes portátiles que están muy de moda, la música y el consumo desmedido de alcohol y drogas no tenían horario. Ese combo hizo que las playas de “Mardel” se volvieran espacios donde se producían peleas entre grupos de jóvenes. A propósito de la muerte del chico en Gesell, las autoridades prohibieron el ingreso y consumo de alcohol en dichas zonas.
La inseguridad ciudadana
Hace tres años, cansados con el tema de los alquileres, decidimos con mi esposa embarcarnos en la aventura del techo propio. Luego de juntar la cuota inicial, pudimos acceder a un préstamo hipotecario de cuota fija, de esos que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires otorgaba a través de un banco. Capital Federal siempre fue caro e irnos a vivir a un departamento lo vi poco conveniente para mis hijos. Siempre quise tener una casa con un jardín o terraza para que mis pequeños puedan jugar o donde uno pueda hacer un asado con los amigos, es por ese motivo que decidimos, luego de muchas negociaciones con mi esposa, irnos al Gran Buenos Aires. Banfield, un barrio de casitas bajas muy parecido a Pueblo Libre de los 80, fue el lugar elegido para vivir. No está lejos de la “city porteña”, en media hora de viaje en tren estoy en la estación de Constitución, cabecera de la zona sur de Buenos Aires.
La inseguridad ciudadana en esta zona es tema de todos los días. En los grupos de Facebook de los vecinos del barrio te enteras que “dos sujetos que iban en una moto encañonaron a una familia y se llevaron el auto”. Es por eso que tenemos un aceitado procedimiento para bajar a los niños cuando llegamos a casa. Ellos saben que entrar a casa lo hacemos muy rápido porque “puede venir la gente mala”. Cuando los pequeños se quedan dormidos es una tarea de malabarismo llevarlos a upa, cerrar el auto y abrir la reja de entrada. En casa siempre nos espera nuestro guardián Ramón, un shar pei de 30 kilos que no es nada amistoso con los extraños que a veces tocan el timbre. El tema de los robos existen en todos los barrios; a principios de año un turista inglés fue asesinado en un intento de robo en Puerto Madero, uno de los más caros y exclusivos barrios de Capital Federal.
La maldita grieta
En el país hay dos grupos antagónicos muy marcados. Los K, seguidores del peronismo- kirchnerismo, y los antiK, por lo general adeptos de Mauricio Macri, expresidente y jefe de la coalición Cambiemos, grupo formado por los partidarios del PRO y de la Unión Cívica Radical. Con el paso del tiempo la poca tolerancia entre ambos bandos se han ido profundizando. ¿Existen los que no se identifican con ninguno de los dos anteriores? Sí, pero son los menos. Cito una frase de Eva Perón: “Los tibios, los indiferentes, los peronistas a medias, me dan asco”. Esa misma posición la podemos encontrar en la vereda de enfrente.
Cuando llegué a vivir a Buenos Aires, en 2006, no notaba estás diferencias o tal vez yo no me daba cuenta de esto porque no tenía un conocimiento tan profundo de la política argentina como hoy sí lo tengo. Confieso que he dejado de seguir gente en las redes sociales por su extremo fanatismo. Una vez un kirchnerista me dijo que gracias a la política de apertura latinoamericana de Cristina Fernández de Kirchner, yo había sido recibido con los brazos abiertos en el país; le contesté que yo no tenía que agradecer nada a nadie, que había cumplido con los trámites de ley para obtener mi residencia y posterior nacionalidad, “A mí me costó cerca de 100 dólares sacar mi primer DNI, lo pagué con mi sueldo, nadie me regaló nada”, agregué de manera contundente.
El final es donde partí
Con una economía golpeada, inseguridad ciudadana y con el desempleo de mi esposa, comenzamos a ver distintas opciones. Por primera vez se puso en la mesa de manera seria la opción del regresar al Perú. Llevó viviendo 14 años en la Argentina y después de mi último viaje a Lima me hice la pregunta: ¿Por qué no volver a vivir a mi país? Un lugar con economía estable donde están mis afectos y en el que tenemos todos los climas y todas las comidas. La más afectada con el cambio sería mi esposa, ella es argentina y toda su familia vive acá, pero la situación no tiene visos de cambio en el corto y mediano plazo. Volver a empezar no es fácil, mi larga ausencia en el mercado laboral peruano y mis 42 años son dos factores hacen que no sea un candidato elegible para un puesto. Hay que agregarle que los empleos vinculados al periodismo y la comunicación no son de los mejores pagos, tanto en el Perú como en la Argentina.
Soy un agradecido a este país que me dio muchas cosas. Acá formé una familia maravillosa con una mujer que “se la banca” y que es la madre de mis dos hijos. Seguro que si me voy extrañaré a los buenos amigos que hice, los asados, los mates, los sábados de fútbol, River Plate, los recitales de rock y un largo etcétera.
La esperanza de un fututo mejor en la tierra que me vio nacer está intacta y el deseo de volver más fuerte que nunca.