Coronavirus: éramos felices y no lo sabíamos
El confinamiento producto de la cuarentena por el COVID-19 hace que la cabeza te de mil vueltas. En tiempos de internet y redes sociales se pueden leer diversas teorías del motivo por el cual tenemos instalado en el mundo este virus, pero son muy pocas las que nos explican cómo será la vida cuando pase la pandemia.
Cuando el COVID-19 hizo su aparición en China, de este lado del mundo muchos no le dieron la importancia debida. Era tan lejos donde había aparecido esta nueva enfermedad. En Argentina estábamos preocupados por la inflación, el riesgo país y el nuevo gobierno nacional que asumiría en cuestión de días. En lo personal, mi recuerdo más cercano de una pandemia data del 2009, por aquel entonces yo tenía tres años viviendo en Buenos Aires y me encontraba cursando la maestría de periodismo. Recuerdo que mi cerebro hizo click cuando a un mexicano lo bajaron de un taxi cuando escucharon su tonada extranjera. En esa época también el alcohol en gel se volvió un bien muy preciado, ante los precios exorbitantes opté por poner alcohol líquido en un envase vacío con atomizador, eso me sirvió como arma ante el AH1N1. En mayo de ese año, las clases de la maestría se suspendieron por 15 días y estuvimos en una cuarentena light, comparada a la actual. En septiembre de ese año la enfermedad estaba controlada, los calores de la primavera porteña fueron nuestro principal aliado.
Once años después el panorama es distinto, al igual que mi situación personal, estoy casado, tengo dos pequeños dos hijos y mis sensaciones son distintas: angustia, miedo, incertidumbre ante el futuro. Acá, sin la pandemia de por medio, el 2019 lo cerramos con una inflación anual del 55%; es de suponer que con la economía frenada por el virus los números de este año serán catastróficos. El COVID-19 nos sorprendió a mi esposa a mí en situación de desempleo, ella desde enero y yo desde la primera semana de marzo; parecía que la situación de mi esposa iba a cambiar por una oferta laboral que quedó en suspenso por la situación de cuarentena. Luego de una negociación, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ente gubernamental en el que trabaja, resolvió seguir pagando los sueldos por dos meses más al personal de prensa y comunicación que fue cesado en marzo. Un salvavidas en medio de la tormenta.
La vida cambiará
La cuarentena hizo que cambie mi rutina, al igual que todo el mundo. Me quedó despierto viendo alguna serie en Netflix hasta las 2 am y cuando apoyo la cabeza en la almohada me asaltan los pensamientos, las preguntas sin respuestas: ¿Cuándo volveré a ver a mis viejos y a mi hermana menor que vive en Perú?¿Fue en julio la última vez que nos reunimos todos en Buenos Aires, incluyendo a mi hermana que vive en Estados Unidos? No cabe duda que fue una decisión acertada hacer el viaje sorpresa a Lima en diciembre. Antes de que me despidieran, y con el difícil momento económico que atraviesa la Argentina, estaba con la idea en la cabeza de volver allá a vivir, ¿lo podré hacer? Soñaba con que mis hijos y mi esposa disfruten de las bondades de vivir en Lima, tener cerca el mar y la sierra y sobre todo que mis pequeños vean más seguido a sus abuelos paternos. Ahora con sobrevivir a este virus que nos amenaza a todos me doy por bien servido. Este encierro hizo que una nueva propuesta aparezca en escena: mudarnos a Israel; mi esposa pertenece a la colectividad judía y vivir allá tiene ciertos beneficios, el estado se encarga de la vivienda, comida y educación mientras que uno que adapta a la nueva vida en ese país.
Pero la vida colectiva también cambiará. La otra noche leía una publicación del MIT Technology Review en el que señalaba que la distancia social llegó para quedarse. El informe también vaticina que cada cierto tiempo las escuelas se cerrarían en caso la curva del infectados por el coronavirus suba. Para la realidad argentina, los mates, los sábados de fútbol con los amigos y los asados serían cada vez más esporádicos. Los meses de invierno serían fatales porque es un ambiente amigable para el COVID-19, en Buenos Aires las temperaturas invernales son mucho más bajas que en Lima, así que acá el coroavirus se haría un festín. Los subtes y trenes que suelen estar atestados de gente serían un caldo de cultivo para la expansión de la enfermedad, no quedaría otra opción para ir al trabajo que usar el auto particular, lo cual significaría un gasto mucho mayor, pero es eso o la enfermarse y en el peor de los casos la muerte. Los conciertos multitudinarios, las discotecas, las manifestaciones callejeras, los estadios llenos de gente serían cosas que pasarían a la historia.
Que lejano parecen mis primeras salidas en Lima durante la adolescencia, cuando se bailaban lentos y abrazabas a una chica sin temor a contagiarte de algo. Bajo el nuevo contexto el solo hecho de bailar separados en un espacio cerrado lleno de gente representaría una situación de alto riesgo.
Vivo en Banfield, una localidad ubicada al sur de la ciudad de Buenos Aires y que está a unos 30 minutos del aeropuerto de Ezeiza. Por las noches podías ver los aviones que llegaban y salían al primer terminal aéreo de la Argentina. Hoy todo es silencio. Cuando salgo a la terraza de madrugada se escuchan ladrar a los perros y alguna que otra sirena de los patrulleros que rondan para ver que se cumpla la cuarenta. Los trenes de carga también dejaron de circular, ya no se escuchan sus bocinas.
Lo peor del ser humano
Hoy Buenos no se ve susceptible, como dicen la letra de la canción de Soda Stereo, se ve triste y vacía. La calle Corrientes, la de los teatros tiene un aspecto desolador. Sí, al igual que en Perú acá también hay muchos irresponsables que salen a pesar de la cuarentena obligatoria, eso no distingue clases sociales. Puedes encontrar en los barrios humildes a gente que está en la puerta de su casa tomando mate con los vecinos y del otro extremo está el joven universitario que desafía las restricciones y se va a la Costa Argentina, a cuatro horas de la ciudad, con sus tablas en el techo de camioneta a pasar unas “vacaciones”.
Esta cuarentena también pone en manifiesto las miserias del ser humano. Algunos malos empleadores pretenden que sus trabajadores sigan laburando a pesar de la prohibición expresa de hacerlo, con algunas excepciones. El egoísmo en todo su esplendor. Mi familia sí tiene que estar protegida del coronavirus mientas que tú subes a un transporte público y atiendas a la gente que no se sabe si está sana o enferma. El aumento de los precios en los supermercados es evidente. Por más que el gobierno puso un número para hacer las denuncias, desde que comenzó la cuarentena todos los productos de primera necesidad aumentaron.
¿Quiénes llegarán vivos a fin de año?
Lo que va a pasar acá es una verdadera incógnita. Perú nos lleva la delantera en toda esta estrategia de prevención del contagio del COVID-19; hasta Chile lo reconoce en una nota publicada en el diario La Tercera. Acá, recién hoy a la medianoche cerraron las fronteras y el aeropuerto de Ezeiza. Un artículo de la CNN en español señala que el panorama más optimista es el de 8.000 muertos en territorio argentino, mientras que el más pesimista augura unos 50.000.
En tiempos de cachetazos, la pandemia es un fuerte golpe a la especie humana que se creía todopoderosa. Hoy vemos la fragilidad del hombre ante una enfermedad que hasta la fecha no ha distinguido entre celebridades y el ciudadano común.