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La cuarentena argentina en primera persona

A diferencia de Perú, los números de Argentina de contagiados y fallecidos por el COVID-19 son bajos. El país del Río de La Plata fue uno de los últimos en la región en ordenar el confinamiento de sus ciudadanos.

Publicado: 2020-05-29

Hoy entramos al día 71 del "aislamiento social, preventivo y obligatorio" que rige en todo el territorio del país. Si bien fui bastante pesimista sobre lo que podría pasar en esta parte del continente, los números nos vienen acompañando. A la fecha, los fallecidos suman 508, mientras los contagiados ascienden a 14.702.   

La desconfianza que tenía cuando comenzó esto, el 20 de marzo, radicaba en la liviandad de las medidas. Mientras que veía que en Perú salía el Ejército y la Policía a patrullar las calles de manera activa, acá eran muy pocas las fuerzas del orden que se veían en las calles; eso sí, apenas decretaron al confinamiento la gente se encerró en sus casas. La llamada Ciudad de la Furia y el Gran Buenos Aires quedaron desiertas. Yo vivo en las afueras de Capital Federal, en Banfield, una localidad ubicada a unos 16 kilómetros al sur. Si bien este es un barrio de casa bajas que siempre se caracterizó por la poca circulación de personas a todas horas, el paisaje de los primeros días de este encierro era digno de una película apocalíptica.

Al principio uno no sabía cómo protegerse de este virus del demonio. En los noticieros informaban que los barbijos, así se les llaman acá a los tapabocas, que se usaban para en las intervenciones quirúrgicas no eran suficientes para crear una barrera entre nosotros y el COVID-19. Acá es mucho más popular que en el Perú la aplicación de compra y venta llamada Mercado Libre; minutos después del anuncio del presidente Alberto Fernández entré a esta web a buscar los famosas mascarillas N-95, eran muy pocas las que se encontré, y se ofrecían a precios astronómicos. Esa noche me fui a la cama muy entrada la madrugada, mientras mi esposa y mis dos pequeños hijos dormían yo seguía pensando y pensando. De pronto se me vino una idea a la cabeza: los protectores faciales que usa la gente que se dedica a la construcción; por aquel entonces no se vendían esos que parecen hechos con plásticos de los folders que utilizamos en el colegio, todas eran de uso industrial, busqué y encontré una que parece una burbuja; revisé los comentarios y la gente ya preguntaba sin parar si había stock, con el riesgo de que aumente el precio, a esa hora compré lo que sería hasta hoy en día mi medio de protección para salir a la calle y sobre todo para ir al supermercado. La entrega de este elemento de seguridad tardaría unos ocho días, estábamos en las puertas de Semana Santa; para mi buena suerte la fábrica de la máscara facial se encuentra en Avellaneda, una localidad cercana a Banfield, ir en auto hasta allá se convirtió en una especie de aventura porque no circulaba por la avenida Pavón, la principal vía que une gran parte del sur del Gran Buenos Aires, ya que estaba lleno de controles policiales y yo no tenía como justificar mi circulación.

A diferencia de las imágenes que se ven de las extensas filas que hay en los supermercados peruanos, acá esto no ocurría. La primera vez que fui a uno, durante esta cuarentena, fue a mediados de abril. La cola no superaba las 20 personas, aun así yo tenía una especie de fobia a estar cerca de las personas. Apenas entraba, ataviado con mi barbijo y mi burbuja facial, desinfectaba el carrito del supermercado, acá se les llama chango, y circulaba con gran velocidad en el interior del local. La zona de lácteos era la más complicada, la gente se suele amontonar ahí, bueno amontonar es un decir, solo eran cuatro personas a lo mucho. Sí, esa es una de las ventajas de vivir en Banfield, no hay tanta gente como en Capital Federal. Con lista en mano seguía mi recorrido en el interior del supermercado. Con toda la protección que llevaba en la cara me sentía Bruce Willis en Armageddon. Una vez concluida la compra, iba a la caja y pagaba. El primer proceso de desinfección de todas las cosas que había comprado lo hacía en la maletera del auto: tiraba un spray desinfectante sobre todo los productos adquiridos. Antes de sentarme en el asiento del conductor desinfectaba mis manos con alcohol líquido, mi barbijo y mi burbuja. Entrar a casa era otro ritual: en la entrada rociaba con alcohol con alcohol todas las cosas que había comprado, la planta de mis zapatillas las limpiaba con una mezcla de lejía y desinfectante de pisos. Entre la entrada de casa y el living hay un espacio rectangular, ahí me quitaba toda la ropa y me iba directamente al baño a darme una ducha, previo lavado de manos por 20 segundos como mínimo.

Tengo que ser sincero, me asustaban más las imágenes que veía de Perú que las de acá. Los fines de semana, con alguna bebida espirituosa de por medio, me conectaba por Skype con mi mejor amigo que vive en Lima y me contaba cómo iban las cosas por allá. Yo sentía que Perú nos llevaba una gran ventaja con el tema del encierro y asumía que esas medidas tempranas que habían adoptado iban a dar muy buenos resultados. Acá el gobierno iba ganando tiempo, equipaba hoteles y otros lugares, como centro de convenciones, para albergar a los enfermos del coronavirus.

Con el cambio de gobierno nacional mi esposa perdió su empleo en enero y a mí me desafectaron de la Secretaría del Desarrollo Urbano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, para la realidad peruana la Municipalidad de Lima, a dos semanas del comienzo de la cuarentena. Es por eso que desde el comienzo del confinamiento hasta el día del hoy seguimos mi esposa y mis dos hijos compartiendo la cuarentena de manera casi ininterrumpida. Mi situación laboral es algo rara, podría decir con suerte, porque sigo realizando algunas cosas para el lugar donde trabajaba; como eliminaron toda el área de prensa y comunicación se quedaron sin una persona que haga la actualización de la página web, así que hasta fines de mayo aún sigo cobrando mi sueldo por hacer esas tareas de forma remota desde casa. Lamentablemente, esa gracia ya casi termina. Mi próxima situación de desempleo plena hace que la cabeza te maquine a mil, sobre todo en las noches de insomnio, son horas de horas de pensar cómo seguirá la historia de sobrevivir en este confinamiento.

Lo positivo de todo este asunto es que en la Argentina se sigue dilatando el pico del contagio. Lo negativo es que en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, todo este territorio denominado Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) los enfermos de COVID-19 representan el 80% del total del país. Mientras que hay provincias que ya tienen la llamada “nueva normalidad”, es decir ya hay centros comerciales abiertos, gente trabajando y las personas se pueden reunir, lo que acá se avecina es la prolongación del encierro, encierro que se flexibilizó hace dos semanas con las salidas recreativas de los chicos durante los fines de semana en el caso de Capital Federal, acá en el Gran Buenos Aires los chicos pueden acompañar a sus hijos a realizar las compras en los negocios cercanos a sus domicilios, estos sin importar los días.

Cuarentena vs trabajo


Para el lunes 25 de mayo, feriado patrio argentino, a través de las redes sociales se convocó a una marcha en contra de la cuarentena, que de acuerdo al último anuncio durará hasta el 7 de junio, pero todo parece indicar que se volverá a extender. El principal pedido de la manifestación era poner fin al aislamiento para que la gente pueda volver a trabajar. Si bien en Capital Federal y el Gran Buenos Aires se habilitaron ciertas actividades comerciales, la mayoría aún no recibe la autorización para volver a trabajar. Hay comercios que atienden con persianas bajas y algunos servicios como peluquería se ofrecen a domicilio. Al día siguiente, en Capital Federal algunos rubros de que hace dos semanas habían recibido el visto bueno para volver a la actividad tuvieron que volver a cerrar por un decreto que ordenaba volver a cerrar por el aumento de los contagios

En lo personal, estoy de acuerdo con seguir manteniendo la cuarentena, acá el confinamiento ha demostrado ser eficaz si comparamos con los números de Perú, Chile o Brasil. No soy simpatizante del gobierno nacional, pero tengo reconocer que ha sabido manejar esta emergencia, eso hace que muchos me tilden de kirchnerista, aclaro que yo estoy en las antípodas de ese movimiento político. Un dato no menor es que de las 9000 camas que hay a nivel nacional, tan solo cerca de 170 están ocupadas por enfermos de COVID-19. Por otro lado hay que aceptar una realidad, la cual fue un reclamo de la marcha del domingo: cada día que pasa se cierran negocios y cafés emblemáticos de Buenos Aires. Por tal motivo en este momento mi búsqueda laboral tiene el rotulo de imposible, nadie quiere contratar personal porque no saben cuándo volverán las cosas a ser parecidas a lo que eran antes.

El futuro nada prometedor

No se necesita ser adivino para saber que la Argentina post pandemia no será un lugar fácil para vivir. El 2019 tuvo con una inflación de 55%; con la producción y el consumo frenados por el tema de la pandemia es más que seguro que la cifra del 2020 será superior a la del año pasado. Muchos analistas vaticinan una crisis similar a la del 2001, año en que muchos comenzaron a emigrar a Europa y Estados Unidos, principalmente. Al igual que en Perú, cada día que pasa de la cuarentena te enteras que algún amigo o conocido perdió el trabajo.

Con mi familia no tenemos decidido qué hacer. A esta edad uno ya no piensa en el bienestar propio, sino en el de los hijos, y lamentablemente las condiciones acá no están dadas para que se forjen un futuro. Al tema económico se suma el de la inseguridad ciudadana, que viene en aumento con la liberación de algunos presos por el tema del coronavirus.

Son tiempos de decisiones y sobre todo de mantener la calmar. Si bien mis hijos son pequeños, 3 y 5 años, ellos perciben que papá y mamá están pasando por una situación complicada. Siempre tratamos que ellos vean el encierro y nuestrao desempleo como algo no tan traumático, si bien al principio la angustia y la incertidumbre se reflejaban en nuestras caras al ver los noticieros, hoy lo tomamos con resignación y estamos seguros que este momento de mierda tendrá un final, esperemos que sea uno feliz.


Escrito por

Luis Vilchez Reyes

Periodista. Viví durante quince años en Argentina, hoy estoy en el sur del desierto israelí. Que sea siempre rock. TW: @lvreyes


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